Monday, 8 September 2025

Oyofe: Una Aldea Hecha de Ritmo y Amor

 

Siempre He Amado Bailar...

De niña, bailar para mí era pura alegría, los movimientos eran espontáneos y llenos de vida. No pensaba demasiado en ello entonces; solo sabía que bailar me hacía sentir libre. Pero en algún momento del camino, la vida se volvió más pesada. Las responsabilidades se acumularon, las relaciones cambiaron, y la versión de mí misma que bailaba sin inhibiciones se fue apagando hasta desaparecer casi por completo.

Convertirme en madre me cambió de formas muy profundas. Me mostró lo que significa el amor incondicional, pero también me puso a prueba hasta la médula. Estaba atravesando la primera maternidad atrapada en una relación tóxica y emocionalmente abusiva con mi entonces marido, y sentía que me estaba perdiendo a mí misma… lenta y silenciosamente, pedazo a pedazo.

Creo que muchas madres pueden identificarse con esta sensación… no solo con desvanecerse en un segundo plano mientras se atienden las necesidades de los demás, sino con convertirse en “mamá”, y de repente eso es lo que eres para el mundo. Y aunque es un nombre lleno de amor, también puede sentirse como si tu identidad, tus sueños, tus deseos, tu yo de antes… quedaran a un lado y poco a poco desaparecieran. Existe un duelo silencioso por esas partes de ti, no porque hayas dejado de quererlas, sino porque simplemente no hay espacio para sostenerlas. Navegar la nueva versión de ti mientras intentas seguir conectada con quien eras es uno de los ajustes más difíciles, y para mí, el baile se convirtió en el puente entre ambas.

Fue en uno de esos momentos dolorosos de mi vida cuando volví a bailar; no solo como un pasatiempo, sino como un salvavidas para volver a sentirme completa.

Bailar Como Medicina

Me apunté a un estudio de danza “all styles”, con nervios y sin grandes expectativas; solo necesitaba algo que fuera mío, algo que me recordara quién había sido. Ese espacio me dio la oportunidad de explorar diferentes estilos: Hip Hop, Twerking, Sexy, Dancehall… Cada uno me ayudó a reconectar con mi cuerpo de una manera nueva. Me estaba despertando de nuevo, pedazo a pedazo.

Pero el verdadero punto de inflexión llegó cuando tomé mi primera clase de danza africana. Aún recuerdo ese momento con tanta claridad: empezó el ritmo, la energía en la sala cambió, y algo dentro de mí también. Había alegría en el aire y todo el mundo sonreía, se movía, celebraba. No importaba si no sabías hacer un paso porque la gente se animaba mutuamente, se apoyaba, recordándose que lo más importante no era la perfección, sino la alegría.

Ya no solo bailaba, me estaba divirtiendo. De esa diversión que te saca de la cabeza, te trae plenamente al cuerpo y te hace olvidar que alguna vez tuviste miedo.

Encajó al instante. Supe que había encontrado algo que ni siquiera sabía que estaba buscando.

Más allá de eso, entendí algo más profundo: bailar ayuda a mi salud mental como nada más lo hace. Estos últimos seis años han traído muchos altibajos. La vida, el trabajo, la maternidad en solitario… todo puede resultar abrumador. El estrés me pesa mucho, sobretodo cuando las presiones del trabajo aumentan. Y sin embargo, cuando bailo, es como si todo lo demás se pausara. Es lo único que realmente me ancla. El baile es mi terapia… es mi forma de sobrevivir.

El Día en Que la Música Me Hizo Valiente

Después de un par de años bailando en el estudio, quería más. Sabía que no quería limitarme a aprender pasos; quería comprender la historia, el significado detrás del movimiento. Quería sentir el alma del baile; no solo en mi cuerpo, sino en mis huesos. Sabía que si iba a continuar este camino, necesitaba aprender de alguien que encarnara la cultura, alguien que pudiera enseñarme no solo técnica, sino también contexto.

Así encontré a Nico, también conocido como Oulouy, de Costa de Marfil, residente en Barcelona.

Curiosamente, lo seguía en redes sociales desde hacía años. Durante dos años enteros me repetí que quería ir a sus clases mientras veía sus stories de Instagram, pero algo siempre me detenía; sobre todo el miedo, la inseguridad y esa voz que susurraba “¿y si no puedes seguir el ritmo?”.

En el verano de 2020, fui a una fiesta de Dancehall y música africana en la playa y casualmente Nico estaba allí. Recuerdo estar un instante a su lado, mirándolo moverse con una canción de Afrobeats. La forma en que su cuerpo respondía al ritmo, con tanta gracia y alma, me dejó completamente hipnotizada. Quería con todas mis fuerzas decirle algo, contarle cuánto admiraba su movimiento… pero no lo hice, porque siempre he sido tímida.

En septiembre de 2020 fue cuando finalmente me dije: basta. Tenía que dejar de permitir que el miedo me frenara. Decidí presentarme a su clase aunque me equivocara, aunque no supiera los pasos. Así que entré a un pequeño estudio en Gràcia, sin conocer a nadie. Estaba callada, nerviosa, casi encogida en mí misma. Pero en el momento en que Nico dio al play… todo cambió. Empezó la música, y fue como si mi cuerpo recordara cómo respirar y me olvidara del miedo, de los demás en la sala, y lo único que quedó fue ritmo y presencia.

Desde esa primera clase supe que había encontrado algo distinto. Nico me abrió un mundo entero de estilos de danza africana de todo el continente. Me dio el espacio para explorar, aprender y crecer. Con él redescubrí mi amor por el Coupé Décalé y el Ndombolo; dos estilos que ahora viven profundamente en mi cuerpo y en mi corazón. Me enseñó las bases, el significado cultural, los matices sociales… y al hacerlo, me ayudó a encontrar una confianza que ni sabía que estaba buscando.

Aunque conocía el Coupé Décalé desde los 17, Nico fue la primera persona que realmente me enseñó a bailarlo: con autenticidad y propósito. Y no se quedó ahí. Sin él, no creo que me hubiese atrevido jamás a ir a Abiyán a tomar clases privadas con coreógrafos locales e aprender de los bailarines locales. Pero él hizo que ese salto pareciera posible. No solo me enseñó a bailar, sino que me dio el valor de reclamar mi lugar en este camino.

El Nacimiento de Oyofe

Nico no es solo un bailarín o profesor. Creo que es un visionario, y es el rostro, cuerpo, corazón y mente detrás del increíble Oyofe Dance Camp.

Lo apoyé desde el principio, y aún recuerdo entrar en Oyofe Vol. 1 en diciembre de 2021 muy nerviosa, intimidada e insegura de mí misma. Fue en un estudio-almacén en Sant Martí. Éramos quizás 60 bailarines, en su mayoría de España, reuniéndonos para algo que aún no entendíamos del todo, pero que ya amábamos.

Tenía miedo… miedo de no estar a la altura, miedo de equivocarme, miedo de no encajar. Estábamos a punto de bailar con coreógrafos reconocidos y bailarines con un talento increíble. Aún hoy no sé hacer la mitad de las cosas que enseñan (y a menudo me río de mí misma en el proceso), pero desde el momento en que entré en la sala, sentí algo distinto. Había alegría en el aire, había calidez y, sobre todo, no había ego. Solo había personas compartiendo espacio, aprendiendo, creciendo y vibrando juntas mientras bailaban.

Ese primer Oyofe se sintió como un hogar y lo cambió todo.

De 60 a Cientos: Una Familia en Movimiento

Desde entonces, Oyofe ha crecido hasta convertirse en el mayor campamento de danzas africanas del mundo.

En el último Oyofe Vol. 8, cientos de bailarines de todos los rincones del planeta se reunieron en Barcelona, y de alguna manera, aún se sentía como familia. En cada edición, en julio y diciembre, caras conocidas vuelven a la ciudad, Oyofe se ha convertido en nuestro reencuentro y contamos los días durante todo el año, no solo para bailar, sino para reconectar: con la música, con los demás y con nosotros mismos.

Hay algo increíblemente especial en bailar en una sala llena de personas que quizás no hablen el mismo idioma, pero que todas entienden el ritmo. Ríes, sudas, tropiezas, te exiges… y sales sintiéndote más viva que nunca.

Bailar con Nico, y ser parte de Oyofe, no solo me dio técnica o confianza, me dio comunidad. Con el tiempo, formé amistades profundas con personas que jamás habría conocido de otra manera. Algunas de ellas se han convertido en una verdadera familia; son personas en las que confío, que amo y con las que me siento profundamente conectada. Esa es la magia de Oyofe… Reúne a la gente a través del movimiento y, antes de darte cuenta, has construido algo más grande que tú misma.

Rompiendo Barreras: Trayendo Bailarines del Continente

Una de las cosas que más admiro de Nico es que nunca olvida sus raíces y está comprometido con que los bailarines del continente africano no solo sean vistos, sino celebrados.

Trabaja incansablemente entre bambalinas para traer bailarines africanos directamente a Oyofe, no solo para enseñar, sino para ser reconocidos como portadores de cultura, líderes y artistas en su propio derecho. Y sé que nunca es fácil… la logística es agotadora, los procesos de visado suelen ser deshumanizantes, complicados e injustos, porque a veces las solicitudes son rechazadas sin explicación. Algunos bailarines esperan meses una decisión que nunca llega, los vuelos deben pagarse por adelantado sin garantía de que puedan viajar. Y aun así, Nico sigue insistiendo… envía cartas, llama, intenta una y otra vez todo porque cree en lo que traen y porque sabe que para que Oyofe honre verdaderamente la danza africana, debe poner en el centro a quienes la viven directamente.

En un mundo que sigue creando barreras para que el talento africano pueda moverse libremente, compartir su arte y ser tratado con respeto, la lucha de Nico no es solo logística; es política, cultural y profundamente personal.

Porque la representación y la oportunidad importan.
Porque estos bailarines merecen brillar en escenarios internacionales también, no solo por su talento, sino por todo lo que cargan consigo: cultura, espíritu, legado y orgullo.

Y cuando finalmente llegan, ya sea de Costa de Marfil, Congo, Nigeria, Ghana, Sudáfrica o más allá, iluminan la sala. Se siente la profundidad en sus pasos, se escuchan las historias en su ritmo… Se ven generaciones de conocimiento transmitidas a través del movimiento. Y de repente, Oyofe deja de ser solo un campamento de danza para convertirse en un archivo vivo de la excelencia africana.

Gracias a Nico y al equipo, Oyofe no se trata solo de celebrar la danza africana, sino de crear acceso real, tender puentes reales y asegurar que la cultura nunca se separe de las personas que la mantienen viva.

Más Que Baile: Oyofe Es Africanidad en Movimiento

Lo que hace a Oyofe tan diferente y sagrado es que no se trata solo de coreografía. En realidad, es una celebración de la africanidad en toda su complejidad y belleza.

Cada clase de danza está enraizada en fundamentos e historia. No solo aprendes los “movimientos”; aprendes por qué existen, de dónde vienen, quién los creó y qué significan. Oyofe deja eso claro porque enseña respeto. Cada país, cada región, cada género es único y merece ser honrado como tal.

Y más allá del baile, Oyofe se convierte en una aldea viva y palpitante.

Negocios africanos y afrodescendientes instalan sus puestos, vendiendo artesanías, ropa, joyería. El aire huele a thieb, dibi, alloco. La gente bebe bissap y zumo de jengibre entre clases, mientras la música africana suena por la calle. Es sensorial, alegre, vivo. No es un festival ni un campamento, es toda una experiencia.

Y lo que lo hace aún más poderoso es que no solo participan bailarines o estudiantes del continente africano, también lo hace la diáspora. Con los años he visto llegar a más y más personas de la diáspora africana y afrocaribeña a Oyofe. Mundos que se reencuentran a través del ritmo y el movimiento. En la última edición incluso conocí a un bailarín de Granada y, si me conoces, sabes que esa es mi isla favorita del mundo. En un momento, vi ondear la bandera granadina en el aire y mi cara entera se iluminó. Fue un momento de círculo completo: África y sus hijos, separados por océanos, reuniéndose de nuevo a través del movimiento, la música y la alegría.

Pero el trabajo de Nico no termina aquí. Ha sido increíble presenciar cómo también está llevando la danza africana al mundo del teatro. Está mostrando al mundo que estos estilos, a menudo descartados como “solo coreografía”, son en realidad formas de arte vivas, llenas de emoción, historia y profundidad cultural. En el escenario, estos movimientos se convierten en narrativa, en expresión, en verdad. Pertenecen tanto a los teatros como a los estudios o clubes, y merecen ser destacados, celebrados y tomados en serio como arte.

Ver a Nico romper esas barreras y elevar la danza africana en estos espacios es un recordatorio de que esto no es solo movimiento… es resistencia y legado.

Detrás de Escena: Alegría Incansable

Lo que la mayoría no ve es todo el trabajo que hay detrás. Las cosas no siempre salen perfectas, eso es inevitable en cualquier gran evento. Pero Nico y su equipo lo sostienen todo con gracia, humor y un corazón incansable.

Incluso cuando algo sale mal, Nico nunca pierde la sonrisa. Enfrenta cada reto con esa joie de vivre que tiene; una alegría de vivir que se expande y se vuelve contagiosa. Esa alegría es la razón por la que Oyofe se siente tan seguro y tan vivo, y también la razón por la que la gente sigue volviendo, edición tras edición.

Nunca olvidaré la vez que se fue la electricidad en medio de una fiesta. Sin música, sin luces, nada. Para la mayoría, eso habría significado parar, esperar y estresarse. Pero no para Nico.

En cuestión de minutos, convirtió el momento en magia. Uno de los músicos cogió los tambores, la gente formó un círculo y Nico nos guió en una celebración espontánea de ritmo y energía. Sin playlist, sin altavoces, solo percusión en vivo y pura alegría. Bailamos sin parar durante 45 minutos hasta que volvió la luz, y sinceramente, esa es una de mis mejores memorias de Oyofe.

No se trataba solo de mantener las cosas en marcha, sino de transformar lo inesperado en alegría. Esa capacidad de adaptarse al caos, de celebrar en medio del reto, de convertir un problema en una fiesta. Fue un momento que mostró ese espíritu resiliente, creativo y vital que dice: pase lo que pase, bailas y disfrutas igual. Y de eso está hecho Oyofe.

No se trata solo de las coreografías ni de los profesores. Es la energía, la forma en que se sostiene a las personas, la manera en que se anima a todos a mostrarse tal cual son, sin miedo al juicio. Eso es lo que crea la magia y lo que hace que Oyofe sea un espacio que siempre se siente como volver a casa.

Seguimos Adelante

Y sé, en lo más profundo de mi corazón, que esto es solo el comienzo y pronto seremos miles.

Lo que empezó como un campamento de danza se ha convertido en un movimiento global, y sigue evolucionando. Oyofe ya no es solo un encuentro dos veces al año.

En Barcelona, seguimos con Oyofe Studio, un nuevo capítulo donde la energía del festival encuentra un hogar durante todo el año. Un espacio donde podemos seguir entrenando, conectando y creciendo juntos. Y ahora, mi hijo Thierry, que solo tiene 8 años, ha empezado a acompañarme en este camino. Viene conmigo a Oyofe, observa, baila, conecta. Me emociona ver cómo algo que me dio tanto ahora forma parte de su historia también. Presenciarlo empapándose de la música, la comunidad, la cultura… es un momento de círculo completo que jamás hubiera imaginado. Oyofe está convirtiéndose en parte de la memoria de nuestra familia.

Gratitud

Siempre estaré agradecida por lo que Nico y Oyofe han traído a mi vida. Me han devuelto la danza, sí, pero también me han devuelto a mí misma. Me han dado valentía, conexión, sanación y familia. Me han recordado que la alegría es una forma de resistencia, que el movimiento es medicina, y que nunca es tarde para volver a ti misma.

A Nico, a todo el equipo de Oyofe, y a cada bailarín que he conocido en el camino… Gracias, siempre seréis una parte de mí. Que este espacio siga creciendo sin perder su alma, que siempre sea un lugar donde la gente se sienta segura para ser ella misma, aprenda con humildad, deje el ego en la puerta, comparta abiertamente, baile con alegría y honre y celebre las culturas africanas con profundo respeto y orgullo.

Y por supuesto… nos veremos pronto para nuestro propio Detty December. Estoy lista para unirme a la rivalidad de baile Ghana vs Nigeria y descubrir qué país trae más fuego (porque seamos honestos, todos sabemos que el mejor jollof vive en Senegal y Gambia).

“Quien come solo no puede comentar el sabor de la comida con otros.”
Oyofe nos lo recuerda cada día… que la verdadera riqueza está en lo que compartimos los unos con los otros: la música, las historias, el sudor, la alegría, la risa.

Y a cualquiera que lea esto y sienta que ha perdido una parte de sí mismo, prueba a moverte. No para ser perfecto, sino simplemente para sentir. Puede que te sorprenda lo que encuentres: no solo tu propia fuerza, sino una comunidad que te recibe como familia.

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