Thursday, 10 April 2025

🌍 Lo que significa viajar para mí (antes y ahora)

Una historia de evolución, maternidad y presencia

Viajar se convirtió en parte de mí desde el momento en que subí a un avión por primera vez, a los 21 años. Aún recuerdo la mezcla de emoción y miedo la noche antes de aquel vuelo temprano a Londres. Mi mejor amigo y yo reíamos camino al aeropuerto de Girona a las 4 de la mañana. Éramos demasiado jóvenes y demasiado pobres para permitirnos lujos, pero eso era parte del encanto. No lo cambiaría por nada.




En cuanto despegó el avión, supe dos cosas:

Odiaba volar.
Y no quería dejar de viajar.

La emoción de llegar a un lugar desconocido siempre ha sido más fuerte que cualquier miedo. En mis veintitantos, viajé por España, Europa, e incluso llegué a Estados Unidos: visité ciudades como Nueva York, Los Ángeles y San Francisco, y nadé en las aguas tranquilas de Hawái. Pero los viajes que realmente se quedaron conmigo fueron los que hice al Caribe. Ahí fue cuando algo cambió.

Ya no se trataba de tachar ciudades de una lista. Se trataba de conexión con personas, culturas, energía.


Se despertó en mí un deseo: experimentar y promover una forma de viajar más consciente y justa. Una donde las comunidades locales no solo fueran vistas sino también valoradas, escuchadas y respetadas.

Maternidad, movimiento y viaje lento

Cuando me quedé embarazada a los 27, me sentí muy feliz de convertirme en mamá pero también tuve mucho miedo. Pensé que tendría que renunciar a una de mis mayores pasiones. Pero…¡Qué equivocada estaba!

Sí, viajar cambió radicalmente. Sí, se volvió más difícil. Pero también se volvió más profundo, más suave, más lento e infinitamente más significativo.

Recuerdo nuestro primer vuelo juntos. Mi hijo apenas tenía dos meses. Me preocupé durante dos horas pensando que lloraría todo el trayecto. En cambio, durmió todo el vuelo de regreso a Barcelona. Y entonces entendí… que era posible.

Desde entonces hemos viajado juntos... con cochecitos, pañales y, más adelante, con juguetes y snacks. Me adapté a su ritmo, y al hacerlo, también desaceleró el mío. Empecé a notar los pequeños detalles. A respirar más profundo. A valorar los entretiempos.

A los 18 meses lo llevé al Caribe, parte de sus raíces están allí. Verlo rodeado de personas que se parecían a él me llenó el corazón de una manera que no sé explicar con palabras. Espero poder llevarlo de nuevo ahora que es mayor, para que siga conectando con esa parte de quien es.

Cuando llegó el Covid, todos los planes de viaje se pararon. Como muchas personas, nos quedamos cerca explorando España y algunos países vecinos. Pero esa etapa me enseñó que viajar con sentido no requiere ir lejos. La lentitud era suficiente. Una mañana de febrero, incluso tuve uno de esos momentos de “¿y si muriera mañana?” y cogí unos vuelos espontáneos a París. Mi hijo tenía cuatro años, y fuimos por primera vez a Disneyland. ¿Su expresión? Aún es uno de mis recuerdos favoritos (junto con los berrinches que pasamos).












Pensé que viajar con un niño me quitaría algo. En cambio, me dio mucho más: más presencia, más historias para compartir. Y también lo que no esperaba... encontré a mi compañero de viajes perfecto.  

Viajar con conciencia y con un propósito más profundo

El año pasado sentí que mi hijo ya estaba listo para aventuras más grandes. Hicimos un viaje de 10 días por carretera en Marruecos, un país que vibra con ritmo y alma. Mi hijo estuvo increíble. Abierto, curioso, paciente. Me dio la confianza para ir aún más lejos, así que este enero hicimos una ruta en coche de 14 días por Senegal y Gambia.

Y fue mágico. Incluso cuando tuvimos que esperar casi 24 horas para cruzar el río en ferry.

Muchas personas me dicen que soy valiente por viajar como madre soltera. Quizá sí lo soy. Pero para mí, no se trata de ser valiente, se trata de crear recuerdos. Viajar es el mejor regalo que puedo ofrecer a mi hijo. La oportunidad de aprender a través de personas, paisajes, culturas, desafíos, risas… y a veces incluso lágrimas. Hoy soñamos con una ruta por Costa de Marfil y Cabo Verde. Quizás algún día lleguemos hasta China o Japón.



Lugares que me transformaron

Solía sentirme orgullosa de visitar grandes ciudades, de tachar lugares icónicos. Pero los viajes que me transformaron no siempre fueron los más ruidosos.

En la isla de Grenada, sentí el ritmo del corazón caribeño y vi cómo la alegría y la resiliencia coexisten.



En Costa de Marfil, bailé, escuché y aprendí el significado de estar presente, en el hoy y el ahora.


En Senegal, fui testigo del poder de iniciativas comunitarias y de lo que realmente significa la Teranga.


En Gambia, estuvimos durante horas en el puerto inesperadamente, casi arruinando todos nuestros planes. Pero me recordó: "a veces, el tiempo no nos pertenece, nosotros le pertenecemos a él."
En Marruecos, dejé que el momento me guiara a través de sus aromas y sus sonidos. Y me volví a sentir libre en el desierto del Sahara.

Cada uno de estos lugares dejó algo especial en mí. Y espero haber dejado también algo bonito en ellos.


Sanación, identidad y presencia

Viajar, para mí, ya no es una forma de escapar.
Es un espejo.
Refleja lo que aún cargo y lo que estoy aprendiendo a soltar.

Me enseña a desacelerar.
A mantenerme abierta cuando las cosas no salen según lo planeado.
A abrazar la incertidumbre y el caos con más flexibilidad y menos miedo.
A notar la belleza en lo que se despliega ante mí sin tener expectativas.
Todavía estoy aprendiendo.

También es un acto de responsabilidad.
Elijo apoyar negocios locales.
Intento alojarme en sitios que fortalezcan y empoderen a las comunidades que me reciben.

Pero es más que eso.
También se trata de desaprender.
Desaprender lo que me enseñaron sobre las “formas correctas” e “incorrectas” de vivir.
Desaprender prejuicios que no sabía que tenía.
Desaprender la necesidad de juzgar, comparar, o de corregir.

Y luego, se trata de reaprender.
Reaprender a escuchar profunda, silenciosa y respetuosamente.
Reaprender a acercarme a lo diferente no con miedo, sino con curiosidad y respeto.
Reaprender a observar con humildad, no con suposiciones.
A ser testigo. A honrar.

Desde que soy madre de un niño mestizo, viajar también se convirtió en una cuestión de identidad.
No impongo nada pero sí le doy el espacio que necesita para descubrir su propia identidad.
Para que él pueda explorar de dónde viene, quién es y por qué todo eso importa.
Y para que pueda sentirse orgulloso de su historia. No a pesar de su complejidad, sino gracias a ella.


Viajar ahora, viajar con amor

Lo que viajar significa para mí ahora es muy diferente a lo que significaba a los 21.
Ya no es solo libertad.
Ahora también es conexión. Presencia. Aprendizaje. Legado.

Es una inhalación lenta. Una mirada larga. Una verdad que se despliega en movimiento.

Sí, todavía odio volar. Pero siempre elijo seguir viajando. Porque ahora viajo con propósito. Con presencia. Con amor.

Y eso lo cambia todo.

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